Registro en línea 2019

Un vistazo a las energías renovables

Las energías renovables son aquellas cuya fuente reside en procesos o en materiales que, gracias a su regeneración natural, se encuentran disponibles de forma continua. Es el caso, por ejemplo, de la leña que se utiliza para prender una fogata: el fenómeno de la combustión permite extraer – y aprovechar – la energía térmica “almacenada” en el tronco de un árbol y éste, en condiciones normales, será reemplazado por otro semejante en un tiempo determinado.

¿Energías renovables o fuentes renovables de energía?

La energía, en cualquiera de sus formas y de acuerdo con la primera ley de la termodinámica, no puede crearse ni destruirse: solo cambia de una forma a otra. Ahora bien, aunque la energía no se pierde, si se degrada en un proceso irreversible que genera, según la segunda ley de la termodinámica, esa cosa terrible que los físicos llaman entropía. Por ello, en rigor, la energía como tal no puede considerarse renovable, a diferencia de sus fuentes, como pueden ser el viento, una caída de agua o la madera que se utilizó en el ejemplo anterior. El uso, sin embargo, ha llevado a que las fuentes renovables de energía sean denominadas simplemente “energías renovables”, y de ahí la confusión.

Perspectiva histórica

Otro efecto secundario de la forma en que se acostumbra hablar de las llamadas energías renovables es que, en general, se tiende a relacionar su aprovechamiento con las tecnologías de punta y con predicciones propias de la ciencia ficción, cuando la realidad es que, a lo largo de prácticamente toda la historia de la humanidad, se ha aprovechado la energía de la biomasa, la radiación solar directa, el viento, el movimiento del agua y la geotermia de muy distintas maneras. De hecho, sólo ha sido a partir de la Revolución Industrial – desde la mitad delo siglo XVIII, aproximadamente – cuando se comenzó a utilizar en gran escala la enorme cantidad de energía contenida en recursos no renovables, en particular, carbón, petróleo, gas natural y uranio.

La energía hidráulica fue el principal motor de la industrialización en México – y en general en buena parte del mundo – en el siglo XIX, cuando los ingenios azucareros y las fábricas de hilados y tejidos equipados con ruedas hidráulicas se multiplicaron en muchas regiones del país. En el último tercio de aquel siglo las ruedas fueron sustituidas por turbinas hidráulicas y comenzó la generación de electricidad con dicha tecnología. La energía hidráulica siguió desempeñando un papel importante en la oferta de energía, si bien su participación decayó durante la primera mitad del siglo XX ante el gran crecimiento experimentado por la utilización de combustibles fósiles, impulsada a su vez por la disponibilidad de recursos petrolíferos y de gas natural, entonces baratos. Posteriormente, la disponibilidad de energía iría aumentando de manera exponencial gracias a la cada vez más eficiente explotación de estos recursos no renovables, lo que dio lugar a la sociedad industrializada y urbanizada de la actualidad.

Durante las últimas décadas se ha dado, a nivel mundial, un proceso de transición hacia una mayor participación de las energías renovables, impulsada por una serie de factores entre los que se encuentran las preocupaciones por la soberanía y la seguridad en el abasto de energía en países que se ven obligados a importarla, los cuales han resentido las crisis petroleras y la cada vez mayor volatilidad de los precios de los combustibles. Por otra parte, también han contado las preocupaciones por el impacto ambiental de los sistemas convencionales de generación de energía, en particular la lluvia ácida y, más recientemente, el cambio climático.